Me gustaría que hubiera más ciclopistas en la ciudad, pues mi vida correría menos riesgos. Me encanta manejar mi bici. Si pudiera, me iría a cualquier lugar en ella pero a veces llueve, y no se puede escuchar música.
Andar en bici es una de las cosas más fascinantes que conozco. Me gusta sentir la adrenalina de circular en avenidas muy transitadas o pasar por lugares realmente tenebrosos. Disfruto la sensación de quedarme sin aliento. Hoy casi me desmayo por tanta fatiga y todavía me faltaba el regreso.
Gracias a mis paseos en bici, he descubierto detalles de la ciudad, como el kiosco de los ecos de Tlatelolco o la plantita de marihuana en las islas de C.U.
En los viajes en bici puedo admirar mejor el cielo. Hay partes en las que hasta puedo cerrar los ojos y dejarme llevar por el viento.
Me doy cuenta de lo enorme que es esta capital, de los misterios que esconde en sus rincones, de los árboles silenciosos y testigos de nuestros movimientos.
En la bici me he enamorado, caído, perdido, reconciliado… He llorado, he olvidado.